A pesar de que este sentimiento es natural y tiene un punto de conexión con la historia de la humanidad y con la necesidad de preservar la vida, no es agradable, y hemos de tener claro que nosotros, sus padres, podemos y debemos mitigar esos miedos.
Si tenemos en cuenta el estado de extrema dependencia en el que nace un niño, entenderemos que los bebés sean más frágiles ante el miedo y susceptibles de sentirlo.
El vínculo con la mamá que lo cuida y se ocupa de satisfacer sus necesidades, ya empieza a proporcionar al bebé el sentimiento opuesto al miedo, de confianza y seguridad. La actitud de la madre puede trasmitirle esa confianza o, por el contrario, traspasarle un estado indefinido de tensión.
La tensión por las necesidades no atendidas o resueltas tendrá en el bebé manifestaciones somáticas y/o emocionales diversas, entre ellas el miedo.
Las primeras reacciones de miedo de un bebé son expresión del sentimiento difuso de peligro que un niño experimenta ante la pérdida del apoyo físico, ante cambios bruscos en el entorno (movimientos, luz…), ante ruidos fuertes o inesperados… Estos sentimientos se expresan con sobresalto, temblor, gritos y/o llanto. Frecuentemente se agitan como buscando protección.
Muy pronto aparecen otras manifestaciones de miedo que, aunque pueden ser variadas, tienen en común el temor a separarse de la madre y/o de las figuras protectoras. Nosotros lo somos todo para él en estos primeros meses de vida, y ya llegará el tiempo en que comprenda que si desaparecemos de su lado no lo haremos para siempre y no corren peligro.
Hacia el octavo mes de vida, suelen aparecer reacciones de extrañeza y miedo ante el extraño. Es la angustia de separación, que indica la creciente capacidad de la mente infantil para distinguir entre lo cercano y tranquilizador y lo desconocido y angustiante.
La ansiedad de la separación resulta fácil de entender, ya que para el bebé y niño pequeño sus padres son las figuras protectoras de las que depende para su supervivencia y seguridad.
Al principio los niños creen que pueden perder a los padres. Más adelante, el temor se modifica y pasa a tener miedo a enojar o a perder el amor de mamá y papá. A este tipo de emociones corresponden miedos muy frecuentes en la infancia como son el miedo a estar solo, a la oscuridad, a perderse, a lugares y personas desconocidos.
Son miedos útiles para prevenir peligros y funcionan como una señal que alerta a los niños a pedir ayuda. Muchos autores señalan que los miedos suelen ir en aumento desde el nacimiento y alcanzan su punto más alto entre los 4 y 7 años, cuando suelen empezar a disminuir, aunque pueden reaparecer en la adolescencia.
Como vemos, el miedo en los bebés es una reacción de adaptación, ya que le ayuda a sobrevivir ante lo que perciben como posibles peligros. La presencia, atención y compañía de los padres, minimizando los miedos del bebé, siempre serán reconfortantes y les evitarán sufrimientos.
Fuente:bebé