Los conflictos entre hermanos son inevitables y frecuentes, sobre todo durante la infancia. Sin embargo, es adecuado saber cómo actuar cuando se presentan. Los padres sirven de mediadores.
Un hermano es un amigo, una guía para el estudio, una compañía y hasta un compañero de juego. Pero, en ocasiones, también es un rival y un adversario de pelea. Los conflictos entre hermanos ocurren frecuentemente y se presentan desde los primeros años de edad. Aunque es algo normal, los padres deben aprender a intervenir para que no se conviertan en un verdadero problema.
Por lo general, las peleas están motivadas por una rivalidad innata al querer establecer un dominio sobre el otro. Además, se presenta un afán por llamar la atención de los padres y disputar el cariño de ellos.
Así mismo, los niños son muy egocéntricos y quieren ser el centro de interés de las personas y tener posesión de todo. Por eso, cuando tienen un hermano disputan mucho los espacios y los objetos personales.
Las razones de las ‘batallas’ son múltiples: los juguetes, el cuarto, la comida, los regalos, la ropa, la televisión, el asiento del carro, el baño y hasta el timbre de la casa. Esto significa que en cualquier momento se puede desencadenar una nueva pelea. Casi siempre, existe mayor rivalidad entre hermanos cuando la diferencia de edad es poca.
“Es normal que cuando la atención de los padres está dividida, los niños sientan rabia o envidia. Como están creciendo, buscan establecer una identidad y eso provoca riñas. De este modo, empiezan a defender sus espacios y de alguna forma, también aprenden a ceder”, opina la sicóloga Lizeth Bohórquez.
El antagonismo se acentúa sobre todo cuando nace el hijo menor y todos los ojos de la familia se dirigen hacia el nuevo miembro. En este momento, el hermano mayor siente muchos celos y se puede volver más egoísta. Sin embargo, las peleas no son del todo malas. La rivalidad entre hermanos es necesaria para estructurar la personalidad y sirve como agente socializador. Esto ayuda en la edad escolar porque los niños tienen mejor adaptación a las relaciones con sus compañeros. “Al entrar al jardín, los niños que tienen hermanos ya superaron el egocentrismo y han aprendido a ceder. Por eso, su inclusión social es más fácil”, comenta Bohórquez.
Padres con traje de árbitros
El papel de ellos es fundamental. La clave es no tomar partido hacia alguno de los dos, sino darles la posibilidad de que aprendan a resolver el conflicto solos. Tampoco es adecuado defender a alguno, ni castigarlos. Si hay una amonestación, debe ser la misma para los dos.
También los padres deben servir como mediadores y explicar las consecuencias de las peleas y las agresiones. Así mismo, es conveniente enseñarles la importancia de la hermandad y que esta relación no se basa en los golpes, sino en el cariño.
No es conveniente que los padres traten de saber quién es culpable, porque puede generar resentimientos en los niños. Tampoco es adecuado recurrir al castigo físico, porque eso reforzaría la idea de que la violencia es la solución de los problemas. La meta es dialogar para mostrar la importancia de la comunicación y reflexionar sobre lo ocurrido.
Por ningún motivo deben proteger siempre al más ‘débil’, pues eso puede provocar que no aprenda a defenderse por sí mismo y recurra, en estos casos, a sus padres.
Según Paula Bernal, sicóloga especialista en desarrollo infantil, “los papás pueden hacer que con la rivalidad, crezca el niño socialmente. La idea es siempre darles atención a los dos y tener tiempo exclusivo con cada uno. De lo contrario, se puede crear una relación negativa”.
Igualmente, los padres deben enseñar a los niños la importancia de compartir y que aprendan el placer de darle algo a alguien.
“Para compartir objetos, una de las causas principales de peleas, sirve mucho que los niños tengan uno o dos juguetes muy queridos y no deban prestarlos si no lo desean. Otra opción es crear un cronómetro que imponga un tiempo determinado de juego, para que ambos puedan disfrutar y ninguno acapare”, comenta Bernal.
“Juego de manos, juego de….”
Los padres se pueden alarmar si las peleas son la característica principal de la relación entre los niños y también cuando las lesiones físicas se vuelven recurrentes. En estos casos, es necesario que intervengan e ideen estrategias para desestimular los conflictos.
“Una forma es reforzar el comportamiento positivo y se puede hacer mediante las ‘tablas del buen trato’, que consiste en poner en el calendario una carita feliz si ese día no pelearon o una carita seria si ese día sí tuvieron alguna confrontación. Así, poco a poco se le puede enseñar al niño qué pasa cuando se es amable con el hermano y de esta forma ir mejorando la relación”, explica la sicóloga especialista en desarrollo infantil Paula Bernal.
Es importante tener en cuenta que la relación de pareja influye directamente en el comportamiento entre los hermanos. Los niños aprenden por imitación.
La armonía se puede construir
No hay que comparar, pues se pueden fomentar envidias y celos que degeneran la relación entre los hermanos.
Las reglas de disciplina deben ser para ambos hermanos y equitativas para todos los miembros de la familia.
Es necesario dedicar tiempo exclusivo por separado a cada uno de los hijos, con el fin de que cada padre comparta actividades diferentes con los niños.
Estimular la interacción positiva, enseñando sentimientos de afecto y cariño, permite que los niños aprendan a quererse.
Elogie los comportamientos adecuados cuando los niños pueden compartir sin pelear.
No echarle siempre la culpa de los enfrentamientos al más grande o al más fuerte. Ambos deben ser tratados equitativamente.
Se pueden usar libros para enseñar la importancia de la buena relación entre hermanos, como por ejemplo 'Franklin aprende a compartir'.
Si las peleas se vuelven recurrentes e intensas y la situación se sale de control, es aconsejable buscar ayuda profesional.
Fuente:abcdelbebe